Mientras iba caminando por Lo encalada, atravesando Salvador sur, venían caminando de frente hacía mí dos viejitas sosteniendose una a la otra, pidiéndole permiso a un pie para poder mover el otro y entre las dos hacían la coreografía de un cien pies para poder avanzar.
En cuanto nos alineamos, sentí olor a muerte.
Durante todo el camino hasta llegar al servipag pensé en todas las veces que había sentido ese mismo olor.
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