sábado, 7 de enero de 2012

Vicafobia

Tomé el metro en Santa Ana, me bajaría en Irarrazabal.
Iba pensando quizá dónde dejé mi lápiz pasta rojo, siempre pierdo los lapices, y eso que anoche los dejé en el estuche para precisamete no perderlos. Me gustaba caleta ese en particular y no sé por qué, si es tan cuma, valen como gamba y media. Pero era mi lápiz, que cuma y todo estoy segura que me lo pelaron.

Miré el celu para enterarme de la hora, Puerco me escribió un mensaje, puerco asqueroso te quiero más que la chucha.
Guardé el celu , mientras miraba las ofertas dentro del vagón nos detuvimos en Bellas artes, me quedé mirando el suelo, de pronto me pudrí.
Me sentí horrible, se me pararon los pelos, sentí que alguien me quería ahorcar, en cuanto me llevé las manos al pecho miré al frente, de vuelta recibí la mirada más desafiante y vacía que me quemó enseguida.

Entró en esa estación una mujer, vestía como mujer pero dudo que lo fuera, era una mujer que por suerte no traía puesta la cabeza de vaca, me pareció más bien un duende o una bruja, era demasiado llamativa como para pasarla por alto, y todos ahí parecían no verla y podría jurar por cualquier cosa ( sólo para decir que pude haber jurado por la constelación washuleru leru leru, jurar por el peso que supongo tiene aun jurar por algo) que yo fui la única persona ahí dentro que vio a esa mujer-cosa.
El maldito corazón se me iba arrancar por las orejas, cerré los ojos negando rotundamente la posibilidad de volver a mirarla, pensaba en el color violeta, bordearme en violeta, tú acá no entras, tú acá no entras... pero aun con los ojos cerrados sabía que estaba enfrente de mi nariz, su cara pálida alargada en creciente, los labios muy rojos, los ojos sin vida ganando muertos, el sombrero era amarillo con pequeñas lineas negras horizontales que en el centro tenía una cinta ancha negra doblada y terminada en un doblez para simular una flor, vestía un terno negro de delgadas lineas blancas, no vi sus pies, porque no tenía pies. Quise vomitar, llevaba las manos sudorosas y frías, me tembló el pie izquierdo, ¿cuándo se baja? ¿ cuándo se va? si no se baja acá en Santa Isabel me bajo yo, al abrirse paso al andén ella-eso se bajó.

No la vi bajarse, la sentí bajarse, la sentí alejarse.

Estamos seguras, ella-eso y yo, que su imagen en mí no la borrará ni un posible futuro alzheimer, y que si me la vuelvo a encontrar en mi camino, no volveré a dormir nunca más.

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